miércoles, 6 de julio de 2011

No a la TV obligatoria. NO MÁS PANTALLAS EMITIENDO HACIA EL ESPACIO PÚBLICO y OTROS ABUSOS de las terrazas de hostelería.



Los contenidos audiovisuales emitidos por aparatos de TV son productos comerciales. No son sonidos o imágenes sin más. Son productos elaborados para su consumo, en formato sonoro o visual. Por poner una comparación: Hay una gran diferencia entre una piedra, y una figura artística tallada en piedra. Similarmente, una cosa son los sonidos "naturales", esto es, derivados de actividad en el entorno, y otra muy distinta los sonidos emitidos por un altavoz. La misma comparación puede hacerse para las imágenes de TV: son "productos visuales", mucho más que mera imagen.

Como productos comerciales que son, esos contenidos audiovisuales no pueden ser de consumo obligatorio. Y tampoco puede forzarse a su consumo como condición para acceder a un servicio público.

La calle es un servicio público a cuyo uso y disfrute tienen derecho todos los ciudadanos. Por tanto, éstos no pueden verse forzados bajo ninguna circunstancia al consumo de un producto comercial de cualquier naturaleza para hacer uso de ella.

Pues este es precisamente el tipo de chantaje al que se somete últimamente a los usuarios de las vias públicas. Muchos establecimientos de hostelería sacan pantallas a la calle, o las orientan hacia ella. Lo hacen para dar un pretendido servicio adicional a los clientes de sus terrazas, que han decidido voluntariamente sentarse en ellas, pero con ello están obligando a los ciudadanos en el espacio público circundante al consumo de ese producto no solicitado.

El empresario hostelero da prioridad a lo que él cree que son deseos de su cliente-tipo sobre los derechos del común de los ciudadanos. Hasta cierto punto es comprensible que un empresario proceda de esa manera, y que desprecie un recurso público en aras de su beneficio privado . Lo que no es comprensible es que las autoridades públicas se comporten de la misma manera, permitiéndoselo.

Los contenidos audiovisuales de TV están cuidadosamente elaborados. Se gastan enormes sumas de dinero en su ejecución. Con ellos se pretenden instalar en la mente de los consumidores, actitudes, valores, marcos cognitivos, etc, en beneficio de las empresa emisoras o de grupos de poder que las financian. Están diseñados para que ello suceda así tanto con el consumidor activo como con el pasivo. Porque operan tanto al nivel consciente como al inconsciente de la percepción sensorial.

Estudios recientes demuestran que el cambio de planos, de intensidad lumínica, los distintos tipos de movimientos de imagen etc, fuerzan a prestar atención a la pantalla, durante unos segundos, de forma refleja, al margen de la voluntad. Segundos durantes los cuales se fuerza a un consumo, consciente o inconsciente, de un producto audiovisual no solicitado. Lo cual es una manipulación via subliminal del cerebro del receptor. Un "abuso de fuerza", por decirlo de modo gráfico. El mero hecho de forzar a determinados movimientos de los ojos, puede ser usado para manipular las emociones del receptor voluntario o involuntario. Existen técnicas neurológicas para inducir a estados de ánimo determinados forzando ese tipo de movimientos oculares. Una de ellas es la EMDR siglas que significan "desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares". La EMDR se usa con fines positivos, terapéuticos, pero esta y otras técnicas similares pueden usarse con otros fines, en manos desaprensivas.Puede inducirse así a cambios neurológicos en el cerebro. Incluso dar lugar a respuestas fisiológicas, reacciones epilépticas, etc. Es un abuso, como lo sería estimular la rodilla de alguien sentado sabiendo que el movimiento reflejo lo haría golpearse contra un objeto cercano. O como llamar a alguien por su nombre, gritando, mientras realiza una labor delicada, con la mala intención, deliberada, de que la reacción sobresaltada y refleja le haga fracasar en ella. Y no puede tolerarse que las personas , por el mero hecho de usar el espacio público, sean sometidas al margen de su voluntad a ese tipo de abuso: el consumo, forzado de diferentes maneras, de productos audiovisuales no solicitados.

Las consecuencias negativas para la salud de ese tipo de contaminación visual son numerosas. Estudios del Lighting Rearch Center de Nueva York, han demostrado que la exposición a pantallas tiene influencias sobre diversas hormonas que pueden producir, entre otros, serios trastornos del sueño. Por tanto, el consumo de esas pantalas debería poder ser estrictamente voluntario. Nadie tiene por qué ver mermada su salud por el mero hecho de hacer uso del espacio público, para el beneficio económico de otros.

Otro aspecto a considerar son los menores de edad. La ley reconoce el derecho de los padres a controlar totalmente los productos audiovisuales que consumen sus hijos menores de edad. Si hay emisiones audiovisuales hacia el espacio público, se pisotea ese derecho, pues los menores se ven sometidos al chantaje de tener que consumir esos productos para poder usar la calle. De forma voluntaria o involuntaria. De forma consciente o inconsciente. Hay estudios que demuestran que el hábito de consumo pasivo de televisión es causa de fracaso escolar. Si ese consumo pasivo se hace obligatorio para poder usar el espacio público, se está forzando a los menores a crecer en un entorno perjudicial para ellos. Las asociaciones de padres y de educadores deberían denunciar ese abuso,incluso en los tribunales.

El abuso es más grave en el caso de personas epilépticas. Es sabido que los cambios bruscos de luminosidad de la pantalla pueden provocar ataques en esas personas. Imaginemos a un padre que quisiera controlar el tipo de consumo que su hijo epiléptico hace de la televisión, preseleccionando programas que no presenten ese riesgo. No podría hacerlo, pues su hijo se vería sometido al chantaje de tener que consumir, por ejemplo, videoclips musicales para hacer uso del espacio público. En ellos se usa ese recurso de estimulación visual en su grado máximo, y sería un verdadero riesgo para esas personas.

La mejor prueba práctica de que la presencia de un televisor no es neutra aunque no se le preste atención es que precisamente muchas personas no están dispuestas a apagarlo aun cuando no lo atiendan en absoluto. Han desarrollado precisamente una "adicción" a ellos. No les interesa el "contenido" de la emisión, sino esos efectos "narcotizantes" en su cerebro. Suelen argumentar "no pasa nada por soportar un TV" cuando alguien protesta. Pero cuando se les replica "tampoco pasa nada por apagarla si no se le presta antención", es cuando se dan cuenta de que efectivamente hay diferencia. Existe claramente una diferencia, diferencia que no tiene por qué soportar el ciudadano que no quiere hacerlo.

Los contenidos sonoros se cuelan tambien en el subconsciente como si estos fueran, por poner una comparación, el "spam" en una "wifi".

Las empresas de TV, desde luego, cuentan en sus plantillas laborales con especialistas en estos temas.

No hay nada que objetar al consumo voluntario de esos productos. Pero lo que no puede tolerarse es que se someta a ciudadanos que no los han solicitado a su consumo forzoso para poder hacer uso de la calle o de espacios públicos. Es especialmente intolerable en el caso de niños. La TV puede fomentar marcos cognitivos, esto es "visiones del mundo" , que no hay por qué compartir, que no pueden ser obligatorias. Estas "visiones del mundo", a menudo prosaicas y banales, tratan de condicionar la interpretación de todo tipo de información. Son una forma sutil de manipulación que un ciudadano libre no puede tolerar.

A muchas personas les molestan esas "pantallitas narcotizantes" de forma consciente, por muy diversas razones. Pero pisotea los derechos incluso de quien las consume pasivamente sin ser consciente del abuso. De la misma manera que muchos no-fumadores toleraban el humo de tabaco sin ser conscientes del deterioro de su salud.

Algunos empresarios hosteleros, desde su falta de respeto o mera ignorancia, esgrimen argumentos peregrinos tales como "la TV no mata a nadie". Puede respondérseles: "Tampoco mata a nadie pasar sin TV. Así que déjela Vd. dentro del bar, sus clientes de las terrazas pueden pasar sin ella, no van a morirse" . Si argumenta "es que mis clientes de las terrazas la quieren, que más le da a usted soportarla", usted puede argumentar: "Pero yo, ciudadano en espacio público no la quiero, qué más les da a ellos pasar sin ella". En realidad, argumentos que non son más que charadas intrascendentes. El verdadero argumento es similar al que ya se ha hecho para el humo del tabaco. El consumo de TV tendrá que hacerse en condiciones que no obliguen a ese consumo a quienes no están interesados en él. Especialemente en lugares públicos.

En los últimos tiempos se hace prácticamente imposible substraerse a ese tipo de abuso. Es imposible caminar por amplias zonas urbanas sin tener que soportar a la fuerza ese tipo de estimulación acústica y visual alienante. Cuando deja de oirse un altavoz, empieza a oirse otro. Mírese para donde se mire, nuestro cerebro es estimulado, sin haberlo solicitado por "pantallitas estupidizantes". Casi la pesadilla totalitaria de "Fahrenheit 451".

No deberían se el ciudadano el que tuvieran que explicar porqué le molesta la TV hacia la calle. Lo normal es que no haya televisión en las calles. Lo que se necesitaría en todo caso sería una causa justificada y excepcional para que hubiera un televisor en la calle, no una justificación para quitarlo. Justamente, el razonamiento contrario. Así como no se toleran los olores, esto es, la "estimulación olfativa" no solicitada, no debe tolerarse,por puro sentido común, la estimulación visual o auditiva ,deliberada y con naturaleza de producto, que convierte el acto de percepción en acto de consumo forzoso.

Otro aspecto a considerar es la distracción que causan en conductores, pues estas pantallas suelen ser visibles desde la calzada por quienes viajan en coche. Ya comentamos que los expertos manejan recursos visuales para que las personas, de forma instintiva, dirijan su atención a la pantalla. Reacciones similares a las que adoptamos cuando vemos por el rabillo del ojo un movimiento exrtraño que nuestro inconsciente interpreta como el de un animal peligroso. En realidad, nadie tiene derecho a atraer de esa forma fraudulenta la atención de nadie, conductor o peatón. Pero en el caso de los primeros, hay un peligro objetivo.

En el aspecto acústico, hay dos aspectos a considerar. Por un lado el "ruido" asociado a los decibelios. por otro , más sutil, el hecho de que al ciudadano se le obligue consumir un "producto sonoro" como condición para acceder al espacio público. Y esto es así porque el sonido de altavoces es mucho más que mero sonido, como una estatuilla tallada en piedra es mucho más que una piedra, aunque la composición química sea la misma. Lo que emite el altavoz son "contenidos en formato sonoro", esto es "productos de consumo", por ello se pagan derechos de autor por ellos. Soportar un altavoz es un acto de consumo. Eso es mucho más que soportar meros sonidos. Esto es, además de la influencia física de los decibelios hay una influencia psicológica. Sería muy distinto llenar lsa calles de sonidos del fútbol,que de salmos del Corán, por poner un ejemplo. Por tanto, cuando un televisor vierte sonido a la calle se está somentiendo al ciudadano al chantaje de tener que consumir un producto comercial (el producto sonoro) como condición para acceder a un servicio público (la calle).

No nos pararemos a analizar la contaminación meramente acústica, la del volumen en decibelios, por ser obvia.
Otro aspecto a considerar es la contaminación visual arquitectónica. Es curioso, por ejemplo, que en fachadas en las que no se permite poner carteles, las autoridades hagan la vista gorda ante pantallas de TV.

Quizás lo peor sea la influencia que se produce a largo plazo en el cerebro del ciudadano. la presencia constante e inevitable de esas pantallas modifica lo que los expertos llaman el "subconsciente cognitivo" o "marco de pensamiento". Esto es, lo que comunmente llamamos "sentido común" o "visión del mundo". Induce a visiones del mundo superficiales , prosaicas y banales. Potencian el comportamiento impulsivo y cortoplazista. Inhiben el razonamiento profundo y las estrategias vitales globales o a largo plazo. Es especialmente intolerable en el caso de los niños, pues ello es justo lo contrario de lo que pretende potenciarse en la escuela. Y eso es algo que no puede tolerarse sobre todo cuando, en la práctica, es a la fuerza.


Las autoridades públicas no parecen estar a la altura en este problema. Así que tendremos que ser los ciudadanos los que tomemos medidas. Y la primera de ellas, boicotear conscientemente los establecimientos hoteleros que incurran en esa falta de respeto y ese pisoteo de derechos. Haciéndoselo saber. Además, ejercer toda la presión legal posible con las normas en vigor. Y presionar a políticos para que las hagan cumplir. Y para que endurezcan las normas mediante nuevas medidas encaminadas a evitar ese abuso.


OTROS ABUSOS

Además de lo dicho anteriormente, las terrazas de hostelería constituyen un abuso en muchos otros sentidos, como son

-Invasión de calzada. En muchos lugares sin aceras las terrazas invaden la calzada, lo que constituye una situación de riesgo para conductores y un peligro para las personas que se sientan en ellas. En otros puntos obligan a los peatones a salirse de la acera hacia la calzada. Cuando haya algún accidente mortal empezarán a dirimirse las posibles ressponsabilidades de las administraciones por autorizarlo o por hacer la vista gorda.

-Suponen muchas veces una barrera "arquitectónica" para discapacidatos. Así como para madres con carritos de niño, etc.

-Impiden en muchos casos el acceso cómodo de muchos vecinos a sus casas. Estos vecinos a veces son incluso objetivo de abucheos cuando, para entrar en sus casas, ocultan quizás alguna pantalla que están viendo los clientes de la terraza. Intolerable.

-Las terrazas ocultan muchas veces la fachada de otros negocios próximos, dificultando el acceso a ellos, o mermando la visibilidad de sus escaparates, con el correspondiente prejuicio para sus propietarios.

-La tasa que pagan los hosteleros es ridícula en comparación con la que tiene que pagar cualquier ciudadano para la ocupacióbn temporal de espacio público. como puede ser, por ejemplo, la realización de una mudanza mediante un camión especializado. Lo que supone un agravio comparativo, una injusticia, de la que ya han dejado constancia algunos jueces.

-Las terrazas son superficies de negocio útil que no se contabilizan como superficie del negocio a efectos de Hacienda. Lo que supone otro agravio comparativo con el resto de empresas que pagan por todos y cada uno de los metros cuadrados a los que sacan lucro económico.

-Las terrazas funcionan como negocios privados cuyo mantenimiento pagamos todos. La mayoría de sus empresarios no se molesta en limpiar el tramo de calle que ha ocupado su terraza una vez recogida. Lo hacen los servicios públicos de limpieza, que de esa forma trabajan para él. La tasa anual posiblemente le sale más barata que un profesional de limpieza.

-las terrazas dificultan en muchas ocasiones la prestación de servicios de urgencia como ambulancias o bomberos. Una acera o cualquier espacio público puede ser necesitado en cualquier momento para algún servicio de emergencia como una ambulancia o un camión de bomberos, por lo que debe poder ser expedito con rapidez. Algunos hosteleros llegan al extremo de atornillar estructuras metálicas en la acera, lo que impide la prestación de esos servicios. Si alguna persona llega a morir en algún edificio en un incendio, por ejemplo, a causa de que un camión de bomberos no ha podido instalarse en espacio público a causa de alguna de esas estructuras, tendría lugar una grave responsabilidad de las administraciones por permitirlo.